Crónica Viva y Cartas a la tía Concha (1993) – 4ª parte

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Julio 

Los Cruceros Tabardo están cada día más en boga: a su bordo ya se celebran hasta bodas y otros acontecimientos. El personal de tierra adentro se va sintiendo más marinero merced al bautismo naval, muy distinto al de tus paisanos de sólo hace unos cuantos años, que lo lograban «tirando al negro» expresión pescadora y marinera que no conocen muchos torrevejenses jóvenes y algunos viejos. Lo de tirar al negro consistía en subir el arte a bordo de las «mamparras» cuando no había haladores y las redes no tenían fin.

Han derribado el apeadero, no era ninguna cosa del otro mundo, pero formaba parte de la historia del tren. Más de una vez lo tomamos allí para venir desde Los Montesinos; o fue allí donde nos apeamos para correr los tres kilómetros que faltaban para llegar a Citrus-City, sobrenombre que le dieron a mi pueblo natal cuando los limones se cotizaban en alza. Montesinos adquirió el rango de municipio; no perdió mucho con la desaparición del Apeadero, por obsoleto, pero escucha tía, uno va para mayor y se recrea en los recuerdos.

Nos dijo Ricardo Lafuente que su habanera «Torrevieja» ha sido traducida al gallego, la letra, por supuesto, porque la música es comprendida lo mismo en Pekín que en Maracaibo; desde la Polinesia a Groenlandia: desde los Apeninos a los Andes.

El sábado nos llegó a los oídos el reclamo machacón del afilador. Mala cosa, vaya por Dios, lo que nos faltaba, después de tanto levantol, llegó uno a pensar. Pero noche cerrada y vista la Luna desde «El Tintero» despistándose entre las luminarias de la feria, ni a cosa hecha se hizo una noche tan buena. Parecía que el proyecto de las Habaneras en la Playa del Cura le iba a salir que «ni pintado» a Pedro Ángel. Antonio Mercader, «Jeje», para los amigos, embarcó en su jarbeta un bocata y una sandía poniendo rumbo al «reoso» del espigón para escuchar en mejor ambiente el recital. La playa se puso así de gente del pueblo de toda la vida, bien en silletas o sentados sobre la puta arena. «Esto parece una tarde de Pascua» dijo alguien impresionado ante el espectáculo. Poco después aparecieron sobre el «mecano» del sofisticado escenario las chicas de Brisa Marina y la cosa fue a más de entusiasmo en la playa, sobre el paseo y en las terrazas del kiosco de «José María». Las habaneras se coreaban entre bocado y bocado. Sal y Brea después, con sus voces recias, pareciéndome escuchar entre ellas las de «El Llamas» y «El Pepitón» cuando a media noche les daba por formar coro con los otros contertulios de la cantina del Ché. Ni soñado, digo, sale una cosa así. Mira por dónde se ha creado un acto popular de lo más genuino. Cantaron los de Port-Bo; después todos, al alimón. Todo el mundo estaba «privao». Muchos fuimos los que nos vestimos a guisa de «marinos de opereta», por algo me dedicó Concha Montijano el libro de «Torrevieja y el mar» con el piropo de «A Emilio, Marinero en tierra». Y entre habaneras a la vera de la mar, con alguna que otra canción de taberna nos llegó la fecha de San Jaime. Hubo émulos de tritones y sirenas, puesto que la llamada del mar se hizo más que evidente. Servidor no se bañó con la excusa de felicitar a Jaime Vera y a Jacobo Montesinos Monge. Poco después naufragó el Je-Je por culpa de una ola atrevida, sin más consecuencias que la pérdida de una chancla y los aplausos de los testigos expectantes sobre el mirador del Tintero. Así vio tu sobrino todo el desarrollo de una noche anunciada. Pide a Dios que no sea la última.

 Agosto 

Tu pueblo, repito, parece ir para capital, pero sin guarnición en plaza, como antes era de rigor para más lucimiento de la oficialidad y más «proporciones» para las muchachas casaderas. Pero ahora «se pasa» de eso. Nos conformaríamos con los guardias suficientes para ir amortiguando los desmadres lógicos de una ciudad masificada en estos tiempos en los que ciertos modos y modas las disfrutan unos y las sufren otros, cosa que también se podrían mitigar. Me acuerdo yo cuando a un paisano nuestro de hace unos años, muy gustoso el hombre de hacerse unos vinos y arrancarse por bulerías casi lo desloman a gomazos por ser pasadas las diez. Ni una cosa ni otra. Tu sobrino, de natural optimista piensa que todo se arreglará, luego, luego. Y por favor: permítanme eso de «luego-luego», pues además de oírselo mucho a mi abuela Doloricas, también se lo he leído a Cervantes y a Don Camilo José.

San Ramón tendrá su fecha en cuestión de tres días. Después será Septiembre; época más sosegada y contemplativa. Al menos era así cuando la gente parecía ser de otra manera, con menos vacaciones y más prejuicios; menos dinero y más «tonterías». A San Ramón, traca y, a otra cosa mariposa. Ahora ni el Certamen de Habaneras se amolda a una fecha; el mundo se mueve con otras coordenadas y son muchas las circunstancias que hay que tener en cuenta para saber, por ejemplo, que fecha será la más idónea para que escuchen «El Abanico», «La Esclava» o «La Dulce Habanera», allá en San Luis de Potosí o en El Lugarico de San Fulgencio. Pasó el tiempo de ir con las sillas hasta el «Paseo de José Antonio» al no disponer de abono, dinero o una «Philips» o «Iberia» cuando se radiaba en directo por Radio Murcia.

 Septiembre

Recibirás la presente en septiembre, sábado, bajo la tutela celestial de Nuestra Señora de la Consolación llegada a pedir de boca para los pesimistas que no ven con buenos ojos la llegada de otoño. Los optimistas, en cambio, disfrutan a tope del verano de los membrillos, que de portarse bien resulta muy aparente y cómodo para lucirse y disfrutar de la playa sin atosigamientos.

Sabes tú muy bien, querida parienta, que los del pueblo, una respetable mayoría, nos quedamos en mitad de la gloria, aunque también es verdad, que de aquí a cuatro días nos acordamos del verano y sus alegrías, puesto que de sus tristezas e inconvenientes nos olvidamos luego- luego… Todo en la vida es así, qué quieres que te diga.

Desde que se puso de moda la «movida nocturna» cambiaron muchas cosas, entre ellas la de las serenatas, porque dime tú, tía Concha, a quien se iban a dirigir «los rondadores» a eso de las altas y bajas horas de la madrugada estando toda la gente joven «sobre la marcha», yendo y viniendo de ella.

Los que nos quedamos entanaos «disfrutamos» del fragor de «la movida» tanto a la hora prima como a la del alba.

Somos muchos los que no le vemos punta y el por qué a unos señores se les prohíba hacer «música en vivo» por las terrazas y bares, música buena en algunos casos, y sin embargo no se reprima el berrear por las calles, salvo en los casos de algunos noctámbulos que solo desean cantar más o menos bien, que rara vez se logra habiéndose pasado las tres horas de cada nuevo día.

Hay excepciones, digo, como el de unos chicos que entonaban el «Soy minero» con cierta propiedad, pero a esas horas, en las que no hace tantos años, recorrían nuestras calles unos auroros de la colonia callosina entonando unos dulcísimos rosarios de la aurora, que tras unas noches relativamente silenciosas venía muy bien escuchar entre sueños.

Ya lo sabes, tía: ni serenatas ni rosarios de la aurora. No sé qué opinarás, tú siempre tan tradicional, tan de «a cada hora lo suyo». Yo no sé lo que opinar, pero sí afirmo, que cuando las serenatas y las «salves» al alba, dormíamos mejor.

«Cierto cura en Torrevieja, bautizó a una niña un día, con el agua que cabía en una concha de almeja». Así, poco más o menos, comenzó Ramón de Campoamor uno de sus poemas en la finca de Matamoros, o dehesa, que después llevó su apellido. Don Ramón, a caballo entre El Pilar y nuestro pueblo hizo amistades con gentes de toda condición. Y hasta enemigos o «colonos resabiaos» como aquel del que llegó a escribir el poeta: «El labriego de mi huerta, en tal de ensalzar mi gloria, al borrico de la noria, le llamaba Campoamor».

Hizo gran amistad con el cura del Pilar de la Horadada, el que «como todo lo da, no tiene nada». Eso dijo de Don Leandrico, natural de Torrevieja, familia de los Galiana o Baeza de aquel tiempo. «A falta de vecinos y vecinas andaban por la calle las gallinas» escribió del Pilar el famoso personaje, gran conocedor de las mujeres, que así lo dio a entender en sus poemas, o según su famosa sentencia, ya de muy mayor: «Las hijas de las mujeres que yo amé tanto, hoy me besan como si fuera un santo».

Dicen que la cosecha de sal será este año, junto con el que viene, la más grande que se conoce, a pesar de la Mota. Pudiera llegar a un millón de toneladas. Aseguran que no a pesar de la Mota, sino gracias a ella. Y encima blanquísima. Afirman, y esto es lo mejor, que el porvenir, tanto a corto como a largo plazo, de las Salinas, no corre peligro en ningún aspecto. Te cuento todo esto, porque en los informes se dice que Noruega es una de las mayores importadoras de sal de nuestro pueblo desde hace muchísimos años y he leído que el puerto de San Petersburgo se inauguró con la descarga de sal de un velero noruego. Lo que me gustaría saber ahora es de donde procedería dicha partida, teniendo en cuenta que San Petersburgo la fundó Pedro El Grande en 1703, cien años antes que se explotaran las Salinas de Torrevieja. Estaban en cambio las de La Mata, de remoto origen, de las que habrá que estudiar algo.

El 18 de Septiembre se nos fue José Payá Parodi, amigo de todos, pero mío desde la infancia, también vecino, casa por casa, un año mayor que yo, le envidiaba por su ingreso en el «Frente de Juventudes» y sus botas paramilitares. Le seguí a las islas para vestir el caqui del ejército y lucir los mismos galones, peones en la misma fábrica, tras el «paro tecnológico». Nos gustaba lo mismo, o casi lo mismo, pero no le seguí en su afición a la gran fiesta, que dicen nacional. Pepe la siguió hasta el fin, con frenesí, sin pausa y con el ansia de perpetuar su ideal, su poesía, el amor imposible de Quijote incansable. Me despedí de Pepe un viernes. Sin vida él. Yo, con una muerte más en el alma. Se lo llevaron a las cinco de la tarde de la capilla ardiente. Museo Taurino que él fundara para más ensalzar la esencia del toreo. Un capote de paseo le cubrió hasta la última estancia, Conchita, sus hijos, sus nietos, con inenarrable dolor se quedaron sin esposo, sin padre, sin abuelo. Nosotros sin el amigo. Y eso también duele. No hará los tres meses cuando Pepe y yo, entre bromas y risas llegamos a comentar: «que nos quiten lo bailao». Poco nos ha durado la alegría, amigo. Estaría de Dios llevarte.

No sé si te acordarás, querida tía Concepción, de la Plaza de Las Delicias, que suena así como a novela de Rosa Chacel. Se llamaba así, oficialmente, antes que la «rebautizaran» con el nombre de Plaza Orgullo de Don Waldo Calero, en honor de un alcalde muy célebre y recto en su mandato. La plaza en cuestión ha sido en el transcurso de nuestra historia sometida a diferentes remodelaciones: Fue célebre por ser cabecera de los barcos en construcción. Digo cabecera por ir allí la proa. Pusieron una fuente, casi siempre sin agua, pero con vistosos azulejos. Después fue escenario para el emblemático entonces «Quiosco de La Roja». Los chicos la llamaban «la plaza de los viejos», o «de La Roja», casi nunca de Las Delicias. Estuvo allí la parada de taxis, Tras la última remodelación es la Plaza de Waldo Calero lo más acogedor, visitado y motivo de recuerdo de tu pueblo, entre otras cosas por su fuente, arbolado y jardinería, para terminar con sus bancos que han motivado que muchas personas sepan quien fue Gaudí, supongo que motivo de inspiración del arquitecto que diseñó la plaza que te cuento. Lo curioso es que habiéndose ido los taxis de allí hace casi tres años, en los anuncios de los periódicos se dan como situados en la Plaza de Las Delicias, nombre que se anuló cuando el mandato de «Vicent».

Por favor, señores taxistas, ahora están en «Libertad», nombre también hermoso y con cierto delicioso encanto.

Noviembre

EL ASOMBRO DEL AÑO DOS MIL

Cuando llegue el año dos mil estoy por decir que la gente no verá con tanto asombro los tiempos cambiados, en contra de lo que llegó a vaticinar un letrista cupletero de hace medio siglo por medio de un disco que se hizo célebre a nivel local por cierta parodia muy graciosa que se representaba en el «Salón Flores».

Y lo digo porque como «los adelantos» se hacen jornada a jornada, llegando el 2000 no nos vamos a asombrar al comparar la vegetación lujuriosa de la Plaza «Islas Canarias», «María Asunción», «Doña Sinforosa» o el «Parque de Antonio Soria». Ni ante el resplandor de los focos que iluminen las autopistas, avenidas y alamedas de las noches metropolitanas de la Torrevieja de entonces; ni la visión de los ricos automóviles brotando de la tierra en un alarde de ingeniería y riqueza. Por verlo día a día, tampoco nos íbamos a deslumbrar por los nuevos edificios, escuelas, hospitales, museos…

Tampoco nos maravillaremos de las grandes cosechas de sal multiplicadas por tres y cuatro o cinco veces, con cinco o seis veces de menor mano de obra, tanto para la extracción como para el embarque.

El asombro, de seguir así las cosas, será al ver la triste estampa de los mendigos que solo habíamos conocido a través de los cuentos de Carlos Dickens y los dramas de Benito Pérez Galdós. Nos exigirán un algo para subsistir, o un todo, navaja en mano, que les sirva para evadirse de una sensación de impotencia sin receso. Eso sí que sería asombroso a la par de odioso; por las comparaciones, entre otras cosas.

Nos quedan siete años para evitar que eso ocurra.

Diciembre

Me vino a la memoria, aunque no tuve tiempo de contar a Mari Paz Andreu la vez aquella que me reconocieron en Madrid como torrevejense. Fue un sereno gallego, como todos los serenos de Madrid hace cuarenta y tres años: «Oye rapaz, ¿eres de Torrevieja?». Sí ―contesté―, ¿pero cómo lo ha sabido? «Toma carallo, pues por la forma de hablar». Me dijo después que no estuvo nunca aquí, pero que acompañó a más de un torrevejense por las noches de Madrid.

El amigo Cueca, marino a veces y ahora artesano, más bien artista por sus creaciones en madera, me contó la otra noche lo que le pasó en Palma de Mallorca: Paseando por allí con su esposa y cuñada, vieron un vendedor de la ONCE. Mira por donde, pensaron probar suerte y se acercaron al vendedor.

―Maestro, ¿nos da dos numéricos?

―Ustedes, dijo el ciego, serán de Torrevieja o de muy cerca ¿verdad?

―¿Y cómo lo sabe Usted?

―Por haberme pedido «numéricos». Yo nunca estuve en Torrevieja, pero mis padres nacieron allí. Ahí está el secreto.

Estoy seguro que en la velería de Buades harán sus averiguaciones y conjeturas para dar con el «padre de la criatura» o ciego de Palma de Mallorca.

Publicado en el semanario Vista Alegre

 

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